Este fin de semana estuve en Barcelona. Dos días antes había estado en el CENDEAC en la inauguración de la Exposición “ESTRATOS” y luego en la divertida y feliz fiesta que tuvo lugar en el Mercado de Saavedra Fajardo.
Al ojear el sábado La Vanguardia, tuve la sorpresa de encontrarme con dos páginas de Cultura de ese periódico dedicadas a la Exposición de Murcia. La crónica se refería en términos tan elogiosos a la exposición que por un momento sentí que algo estaba funcionado. Por un momento Murcia no aparecía en un periódico por razones dramáticas como tantas otras veces, sino por un trabajo realizado con mucha ambición y generosidad, y con un rigor exquisito. Por un momento dos realidades que yo amaba, Murcia y Cataluña, se encontraban sin sobresaltos y sin tener que verme abocado a escoger a la una sobre la otra. Y para colmo feliz, esa misma mañana, dos amigos de Barcelona, se refirieron con entusiasmo al acierto de una política cultural, capaz de trascender las realidades cortas y locales para generar lazos de un orden más global y más desideologizado. Sencillamente el arte había puesto el puente y construido el vínculo.
Hasta aquí ésta sería una nota muy personal. Lo sé. Pero la escribo porque creo hay en ella datos que son más genéricos. Podría decir, por ejemplo, que un acontecimiento cultural como el de “Estratos” podría ser el principio de un encadenado de situaciones que posibilitaran fijar en un tiempo corto el contenido cultural sobre el que se estructura el desarrollo de Murcia. Me explico. Yo creo que todas las ciudades necesitan un momento en el que lo prioritario de ellas mismas es la actividad cultural. Es lo único que garantiza para esa ciudad que ese encadenado de actos, esa serie de acciones, representaciones y documentos alrededor del arte, proporciona un ENTORNO HUMANO (¿no es acaso el papel del arte el recordarnos esa condición humana?) que hace que la ciudad sea otra, más rica, más completa: ese espacio en el que la identidad de una ciudad tiene que ver más con la magia y la inspiración que con las decisiones políticas o económicas.
Hay ciudades que han tenido la oportunidad de encontrar un programa global con el que estructurar esa imagen. Barcelona lo tuvo en el 92, en esa condición tan intensa y vibrante que son unos Juegos Olímpicos. Madrid lo intenta de nuevo para el 2016. Sevilla lo tuvo también en el 92 y lo tendrá este año Zaragoza. Todas ellas han encontrado un pretexto exterior a ellas mismas, potente y preciso. Pero pensar que el arte es el vehículo directo para construir esa identidad me parece todo un hallazgo y seguramente un camino único para situaciones específicas de ciudades de menos tamaño, como es el caso de Murcia. Es todo un programa político de alto alcance, e imprescindible aunque sea por un momento, el buscar para una ciudad ese SIGNO DE VIDA en el arte y no en la política o en la economía. Y verificar así que los valores intangibles como el ARTE tienen un potencial de fascinación, es decir de realidad, muy superiores a otros, para poder construir la condición de Marca de una Ciudad.
José Mª Torres Nadal
Dr. Arquitecto Catedrático Proyectos Arquitectura
Alicante
Febrero 2008