Debilidades democráticas y debilidades emocionales

A I. Chinchilla y a ellas una y otra vez

A veces vivimos las cosas que hacemos con una pasión tal que cuando alguien o algo las tensa, incluso nosotros mismo, se disparan en direcciones desconocidas e inesperadas. Es cierto que si se trata de una pasión, como toda buena pasión debe sufrirse. Pero hay un límite que es peligroso sobrepasar. Tal vez en Alicante, sin querer, lo hayamos sobrepasado.
Los arquitectos somos gentes extraña. Al menos aquellos que hemos dado prioridad a entender el trabajo como un sistema cultural. Sin solución de continuidad hemos pasado de un estatus de poder basado en una lectura “tendenciosamente artística” de nuestra actividad, a un lugar, en el que el mercado nos obliga a reconstruir continuamente la norma en la que movernos y en la que movernos con relación a sus mecanismos de coerción y a nuestra voluntad de generar un conocimiento.
Esta reconstrucción está siendo difícil y dolorosa. Y muchas veces acaba en su desarrollo representando nuestra entidad democrática y nuestra entidad vital como debilidades, como una debilidad democrática o como una debilidad emocional.
Y es tan delicado como peligroso: porque esas debilidades emocionales convertidas en debilidades democráticas socavan el lenguaje y la cultura, y las debilidades democráticas convertidas en debilidades emocionales socavan la norma que permite que se reconstruya la “filosofía de la libertad”.
(Y una pregunta más: ¿es ésta una posición de género? ¿Lo hubieran hecho ellas de otro modo? Sospecho que sí.)

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