DECIR Y MOSTRAR. Wes Anderson, Andres Jaque, Jill Stoner

Nuestro trabajo adquiere una buena parte de su sentido cuando logra no ser evidente. Las diferencias que en su día planteo Wittgenstein acerca del decir y el mostrar al analizar la superposición de las partes comunes entre los hechos y sus proposiciones, y de cómo al decirlas las repetimos,  y por lo tanto  solo pueden ser mostradas para  evitar así sucesivas repeticiones,  adquieren en este momento un significado muy especial. Somos capaces de formular de un modo muy exacto el deseo de una transformación, la necesidad imperiosa de un cambio, la acuciante necesidad de una evolución,  pero el resultado es bastante oblicuo.

Al traducir esas formulaciones en hechos que en lo esencial atienden a   datos evidentes y formulados a través de distintas proposiciones, estamos repitiendo el enunciado del que partimos. Lo que  acabamos logrando es que la  evidencia que queríamos movilizar no sea tan evidente, se escape en su obviedad repetida,  y  sea solo un  enunciando que no provoca la politización real, y apenas la figurada, de lo que trataba de denunciar. Es decir acaba no demostrando nada, no movilizando nada.

Esto es particularmente evidente en los tratamientos alternativos acerca del  espacio domestico en su infinita multitud de propuestas, programas de curso, instalaciones, blogs, webs etc. etc.
El programa The house is a museum si sitúa voluntariamente en línea con aquellos trabajan que aceptan que la necesaria desterritorialización del tema para su imprescindible  politización, solo pueden encontrar una salida plausible situándose del lado de la banalidad y de lo superfluo. O en  otras palabras, más suaves pero menos claras,  del lado del humor y de la ironía. La condición bizarra, loca, imposible incluso,  es la única capaz de mostrar la radicalidad de la propuesta, las infinitas derivadas que tiene el problema que aborda.

Algunos ejemplos.

1.Moonrise Kingdom la ultima película de Wes Anderson es, a partir de la eterna pero ñoña decisión de hacer una love story infantil/juvenil, que esa ridícula condición inicial se convierte en una maravillosa reconstrucción cultural  de los afectos entre las personas y los mundos interiores que cada uno de ellos vive. De ahí ese encuentro tan maravilloso por extravagante con la naturaleza  mostrada, por cierto, de mil maneras distintas: tormentas, paisajes, mapas, escenografías….. a cual más precisa e intensa.

Andrés Jaque en su instalación para el MOMA Ikea Desobedients reinterpreta la distancia que existe entre  el espacio domestico convencional moderno,  y nosotros como sus autores cotidianos  inconscientes y repetitivos del mismo. El apilamiento de enseres casi domésticos es en este caso tan real como desquiciado: ese amontonamiento es la única posibilidad de reconstruir, de re-ligare, de volver á unirnos con los objetos,  y por lo tanto de  re-cualificar lo cotidiano, Esa re-unificando de objetos referenciados y casi reconocibles, son  mostrados en  experiencias próximas, soslayadamente expresadas,  pero en cualquier caso no evidente. Entiéndase, además, que esa recualificación de la evidencia, ese re-conocimiento del concepto al que nos vemos obligados, esa acción de  re-ligare, es la forma más avanzada, y tal vez la única real, de referenciar y de desplegar adecuadamente la idea de reciclaje.

El libro de Jill Stoner Towards a Minor Architecture (MIT press)  despliega en un pequeño pero excepcional ensayo, aproximaciones acerca de qué hablamos cuando hablamos de lo minor en arquitectura. La recurrencia a los textos de Kafka via G.Deleuze y F. Guattari le van a permitir a J.Stoner ayudarnos a reconocer las condiciones en las que determinados asuntos arquitectónicos (interiores, naturaleza y sujetos…),  todos ellos representaciones fidedignas de los lenguajes hegemónicos,  pueden ser sobrepasados hasta adquirir la normalidad de la extrema rareza. La violencia política del texto, y en construcción la de la propuesta,  no son exteriores a la arquitectura. Están dentro de ella. Hay que moverse de una determinada manera y  operar de otra hasta llegar a odiar el lenguaje de los maestros. Si Kafka lo hizo ¿por qué no nosotros?, se pregunta  Jill stoner

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