25 de mayo de 2006 Luz blanca. Luz negraAño 2006. Más bien primavera.
a A. ViaplanaEl cuerpo de las cosas. Un arquitecto, una obra de arquitectura.
El cuerpo convertido en personaje arquitectónico de un modo estricto: el que cada uno es autoconcienciado por la arquitectura, por la existencia misma de ese trabajo, no de todos. El paso en esa obra del yo reflexivo al yo activo.
Hay siempre un interludio. El de la arquitectura, El del arquitecto, El del mundo. Es el interludio en el que se construye la obra de arte.
No hay sorpresa cuando uno y otro se encuentran. No desconcierta el encuentro en el sentido de dejar confundido, sino en el mas propio de deshacer un concierto, el concierto ficticio de las acciones humanas.
El espacio que media entre cuerpos: donde la arquitectura reinventa el asedio del ser, la soledad al fondo de todo, la espera del encuentro con el agente provocador.
El arquitecto no cree que haya nada en él tan intimo, nada que lo conforme más, nada que sea tan decisivo como ese momento en que esa voz despótica de eso que hemos llamado en llamar arquitectura, y que es arquitectura, empieza a hablar en vez de hablar él.
No es la influencia lo que el otro nos transmite ni lo que nosotros queremos transmitir a los otros. Es distinto. Es la voz de alguien que hace arquitectura desde esa constelación que es casi la nuestra y que dice “aquí estás, esta es tu fuerza”. La que a través de él nos da la obra: permiso para entrar en la arquitectura a hachazos, en violenta libertad, que nos permite ser atrevidos. Lo que llamamos un nombre.
La arquitectura como una revolución permanente. Troski hablaba de la vida como una obra artística.
Hay muy pocas obras que puedan simultáneamente referirse a lo que empieza y a lo que acaba, a lo que nace y a lo que muere. Seguramente es imposible de detectar. Pero existe. Es un dialogo inaudible: es lo que el cuerpo del rey le dice al cuerpo del hombre.
Hay arquitecturas para el verano como lo hay par otros momentos de la vida. Para el otoño. Para la infancia, antes. Lo que tienen en común, es que todas esas arquitecturas emitían al nacer el mismo ruido, el del mundo, el de la reproducción.
Una violencia múltiple, en todas direcciones, violencia antes que negociación ¿Cómo sino podría hacerse sitio lo nuevo? ¿Cómo sino podría lo profano sustituir a lo ya consagrado?
Quise ser moderno, aceptar ser hijo de la excentricidad, de la necesaria extravagancia del cuerpo.
Y veía los cuerpos marcados por la conciencia de la separación y el deseo de independencia.
Y La modernidad se deshacía siempre entre las manos, se licuaba y se diluía.
La luz blanca, la luz negra son destellos que van de un cuerpo a otro. Los dos cuerpos de las cosas. El cuerpo de la arquitectura, el cuerpo del arquitecto.
José María Torres Nadal
Alejandría-Murcia.
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